agosto 17, 2014

Estaba tan seguro de lo que te amaba

que no reparé en la forma en que me besabas
y cómo nunca me abrazabas.

Y que siempre te esperaba.
Y cómo al final siempre me quedaba.

Rogándote en silencio
una mirada.

Cómo en las mañanas te levantabas y pensabas.
Y cómo soñabas de madrugada
mi ausencia.

Y cómo pasaron los años.
Y que ya no pudiste,
aunque quisiste,

tomar nuestros pedacitos regados,
y de la mano reconstruirnos.

Yo ignoraba (fingía no saber) lo que pasaba.
Que cada día más te alejabas.

Como si te prepararas
para que poco te importara.
Para que este día llegara.

Y no hice nada.

Estaba tan seguro de lo que te amaba
que preferí verte marchar a tu paso,
lentamente.

Imaginé que en el último momento te voltearías,

me mirarías,
me besarías,
me abrazarías.

Que me dirías que soy el amor de tu vida,
y que conmigo algún día te casarías.

Estaba tan seguro de lo que te amaba
que no pensé que era posible perderte.

Que no creía en el sufrimiento,
a pesar de vivirlo diariamente.
  
Y ahora que estoy solo,
escribiendo desde la habitación
donde cada noche intentaba amarte,

comprendo que después de todo,
me quedé sin vida
de manera comprometida.

Pues no ha cambiado nada,
sigue no habiendo nada.

Solo yo y estas ganas imparables de quererte dar toda mi vida.

Grito la vida.


Esta noche tuve un sueño
en el que te hibas.

Grité dormido,
luego despierto.

Pues no fue metira.
En vida real me dejasté.

Era(e)s toda mi vida.